2007-12-11

UNA OPINIÓN DE OIZA.

El edificio se había levantado ex-novo en 1940, a la sombra de estraperlo, y en su estructura y finalidad seguía no ya la tradición decimonónica sino la gótica; abajo, en la planta baja el comercio, el colmado, (sin los amplios ventanales que hoy le han instalado), arriba y comunicado con él por una escalera interior (a la que hoy le han dado salida propia a la calle) la vivienda.

No remontabase tan lejos su decoración; los últimos coletazos del modernismo moribundo (yo siempre rehuyo la separación entre modernismo y noucentisme) habían inspirado la iluminación procedente del hueco de la escalera y del patio posterior de la vivienda a través de cristaleras y habían dotado a la casa de personalidad propia mediante el uso generalizado de ladrillo hidráulico con profusa decoración.

Ni mas ni menos; la vivienda que en centro del pueblo se había costeado el único de sus vecinos que por entonces podía pagarla.

Y vinieron en su día los expertos de la administración a catalogarla. Y esto catalogaron; que eran elementos merecedores de dignísima protección, dos ménsulas sobre las que apea un pequeño saliente a la vía publica en forma de balcón.

Y no cayeron en la cuenta de que aquellas ménsulas solo eran dos piezas de escayola sobre las que no apea nada porque cumplen una función meramente decorativa y de las que para mayor INRI el propietario-promotor había en su día adquirido no ya los dos ejemplares que necesitaba, sino cuatro por si acaso alguno se rompía en su instalación o se desplomaba con el tiempo.

La anécdota me la ha traído a la memoria un libro de entrevistas con el arquitecto Oiza en una de las cuales critica el espíritu "conservacionista" que anima a nuestras administraciones publicas;  "….en orden a no dejar hacer nada, conservar todo, sin distinguir lo bueno de lo malo, lo que debe permanecer de lo que debe ser transformado o actuado.", y el buen hombre acto seguido se desganita rememorando las actuaciones sucesivas sobre el Partenón, las ampliaciones de la Mezquita de Córdoba, la renovación de Santa Maria del Duomo por Brunellesqui, la remodelación de la Giralda, o las sucesivas reconstrucciones y ampliaciones que a lo largo de la historia han experimentado todas nuestras catedrales, actuaciones todas ellas hoy impensables dado el nivel de mojigatería administrativa.

Oiza tiene toda la razón del mundo, sin embargo no convence. ¿Por qué?. Pues evidentemente porque todos tenemos en la cabeza que mas vale mojigatería administrativa que analfabetismo administrativo. Y es el caso que cuando la administración actúa este último rasgo es el primero que se pone de manifiesto.

Hace pocos años decidieron en mi pueblo rehabilitar el "pueblo árabe" y un analfabeto en urbanismo (no se quien es ni quiero saberlo, pero no me cabe duda; un analfabeto en urbanismo) decidió que la mejor reordenación de todo aquel laberinto inexpugnable de callejuelas consistía en darles acceso a otras vías. Y así se acabo, de una patada, con lo único que de "árabe" tenia el pueblo; su estructura urbana de calles sin salida.

Y el mismo sentimiento de rechazo a la actuación pública, sentimos cuando nos vemos ante el horripilante ascensor instalado en la fachada del Museo Reina Sofía, o la cubrición de las gradas en el teatro de Sagunto, o la localización de las ciudad de las ciencias en Valencia (que le fue impuesta al arquitecto) o ante cualquiera de los cúbicos y marmoreos edificios a los que nos tienen acostumbrados nuestras autoridades.

De ahí que ante la opinión de Oiza la realidad nos imponga una respuesta neurasténica; ….."mire, venimos a decirle, tiene Vd. toda la razón del mundo, estamos hasta las pelotas de arqueólogos e historiadores …… pero …… más vale que no se haga nada a que se haga algo, porque ya sabemos que si se hace algo …… inevitablemente se hará mal.".