Duchamp y la muerte de las vanguardias.

2007- 4 de Enero.

Cuando yo vine al mundo, hacia ya tiempo que las vanguardias habían muerto.

Sus putrefactos cadáveres siguen no obstante faraónicamente aposentados entre nosotros.

Los vanguardistas nacieron para hacer guardia frente al noucentismo, arrasador de ideas y exultador de sentimientos.

Y murieron cuando el estado las hizo objeto de sus inversiones.

En 1913 tomó Duchamp un urinario (de la marca R Mutt, el equivalente a Roca entre nosotros) y dándole un giro de 45 grados convirtiolo en una "Fuente", o en un Buda, o en la silueta de una virgen sedente con el niño.

Duchamp no mentía. Su obra era arte (aunque curiosamente no fue admitida para su exposición por la Sociedad de Artistas Independientes de Nueva York, de cuyo comité organizador dimitió inmediatamente nuestro autor).

Sin embargo la exposición en la que no se admitió el urinario fue inaugurada por un amigo de Duchamp, Arthur Cravan, quien presentose ante el selecto público neoyorkino, para dar la conferencia inaugural, completamente borracho, arrastrando una maleta llena de ropa interior sucia que vació ante todo el mundo e iniciando acto seguido un striptis que levantaría la indignación de las peripuestas damas asistentes al acto.

Y no hay duda, también esto era arte.

Era un arte que nos hablaba de la rebelión, de la rebelión contra todo y contra todos, de la rebelión  frente a la contravanguardia, que en forma de militarismo ya apuntaba en toda Europa, como un siglo antes lo hizo la Santa Alianza.

Pero decir esta obviedad sobre Duchamp es detenerse a mitad del camino. Mal artista el que se rebela contra todo y no crea nada. Duchamp nos regala con su urinario algo hasta entonces desconocido en el arte; nos regala la libertad interpretativa del espectador, y en consecuencia convierte en artista al espectador y priva de tal condición al autor.

Hasta ese momento pocas dudas hay frente a una obra de arte; significa esto, lo otro, o lo de más allá. Incluso el alegórico mundo de las mitologías tiene un significado claro y común para todos los espectadores. Cualquiera puede entender la obra, aceptarla o rechazarla, darla por buena o mala.

Una manifestación artística es un libro abierto para el espectador del XIX. Dios mediante, con Duchamp nace la libertad de interpretación, y dando una patada a todo lo establecido, la manifestación artística pasa a convertirse en un libro en blanco sobre el que escribirá este mismo espectador.

Sin embargo, el propio Duchamp colocó los cimientos sobre los que se asienta el mausoleo de las vanguardias, cuando declaró, respecto a su Urinario:

"A la gente se le puede hacer tragar cualquier cosa.".

Fue un pecado que él nunca cometió; le podemos sin duda tachar de poco fértil, (aun de vacuo como opinaba Saura) pero no de insinceridad.

Diez años (entre 1913 y 1923) le llevó ejecutar su obra "La novia desnudada por sus solteros" y veinte la última que se le conoce, sus "Dados" radicada en el Museo de Filadelfia.

Vanguardia dura y pura.

Y al convertir en arte las más variadas representaciones de los objetos materiales que nos rodean, al querer espiritualizar cualquier objeto de nuestra realidad cotidiana, se abría la puerta para calificar como arte y artista a toda la pléyade de vacuos vanguardistas que desde la II Guerra Mundial esconden su infecundidad tras un manto de falso progresismo (y un discurso argumental que ni te cuento ni te recomiendo quieras conocer asistiendo a alguna de sus charlas o leyendo cualquiera de sus escritos).

Las vanguardias desaparecieron cuando desapareció su poder crítico, cuando se aliaron con la moda, cuando el Estado, del que en sus orígenes repudiaron, se convirtió en su valedor. De aquí que yo dude podamos hablar de vanguardias en el arte español.

Cuando en la Bienal de Venecia de 1958 se da reconocimiento internacional al abstraccionismo español, al mismo tiempo se esta vistiendo a la non nata vanguardia de nuestro país con la mortaja de sus exequias.

Solo Saura (y a lo mejor, un poquito Arroyo) siguió siendo crítico, tenazmente crítico.

En el resto de nuestro panorama artístico pseudovanguardista pasó lo mismo que en toda Europa.

La sustitución del dibujo por el color, abrió las puertas a un mundo de sentimientos, donde las ideas eran reacias a aparecer, o aparecían solo en la  mente del erudito espectador.

"¿Pero que significa?", nos han preguntado o nos hemos preguntado todos ante una obra abstracta (o sea ante una obra donde el color prima sobre el dibujo). Y ante cualquier somera explicación hemos quedado satisfechos, al menos aparentemente hemos aceptado, así, sin más, la superioridad intelectual del artista.

¡Pues no señor¡, lo cierto es que el mercado esta saturado de patatas y que cuando una obra no significa nada no por ello deja de ser una obra de arte (enmarcada dentro del submundo de la mera estética) pero cuando además de no significar nada no sugiere tampoco nada, o sea, no logra convertir en artista al espectador, entonces ya no cumple la finalidad perseguida por Duchamp y entonces deja de ser obra de arte, por mas artista que sea su autor (y de verdad puede serlo).

Pues si en virtud de las vanguardias, el arte no transmite ideas sino que las sugiere, y artista no lo es el autor sino el espectador, mal que nos pese, y por grande que sea el pensamiento o el sentimiento del autor, no podremos calificarlo de artista (o de arte a su obra) por no haber cumplido la finalidad perseguida. Y este es el certificado de defunción del abstraccionismo actual; que no solo ya no resulta crítico, sino que a fuerza de abusar en el color (y por tanto en el sentimiento) y dar de lado el dibujo (y por tanto la idea) nos ha llegado a dar la impresión de ser mas fraude que arte.

Y como de todos es sabido, Picaso siempre evitó la absoluta desaparición de la figura.