Hace ya algunos años que ante la horrorizada mirada de mis amigos, empezaron a acumularse en un armario de mi casa aquellas litografías religiosas que todos hemos visto decorando los comedores y dormitorios de nuestras abuelas y que desde principio del XX certificaron la inquebrantable adhesión de las familias al pensamiento religioso único.
De ellas me atraían dos cosas; la simplicidad de las técnicas empleadas para su impresión y la no menor simplicidad de pensamiento que ponían de relieve; Sagrados Corazones, Inmaculadas, Cristos, Santas Cenas, Escenas bíblicas; todas parecen tener la misma función pedagógica que cualquier iconografía religiosa. Pero esta, la función pedagógica, no busca mostrarlos el acontecer de hechos históricos o pseudohistóricos (como un retablo gótico) o enseñarnos a crecer en espiritualidad (como una obra manierista) o ponernos de relieve una idea (como pueda hacerlo una obra barroca respecto a la transubstanciación). En ellas lo que se nos quiere enseñar es pura y simplemente beatitud.
Y esto es lo que las desvirtúa ante nuestros ojos; el que busquen transmitir solo beatitud entre las clases más humildes de la sociedad; que el Sagrado Corazón de Jesús se dirija a mi abuelo exhortándole, al mostrarse sangrante: "Yo ofrende mi corazón como tu ofrendas tu esfuerzo para redimir a los tuyos, ¡Conténtate¡", que el San José carpintero se muestre humilde, teniendo en casa, ¡tal como lo tienes tu¡, el tesoro de su mujer y su niño; que Santa Rosa de Lima alcance la santidad en medio de sus flores, tal como podría alcanzarla mi abuela recogiéndolas en su delantal; que el Ángel de la Guarda conduzca por el buen sendero a la inocente infancia, ¡tal como tu haces con los tuyos¡. ¡Miraos en el espejo de vuestras litografías y aprenderéis a ser buenos¡.
Triste condición la del ser humano que basa su ética en la esperanza de un premio o el temor de un castigo. Lo cierto es que la bondad de nuestra conducta debe basarse exclusivamente en la bondad de nuestro corazón y que nada debiera de tener que ver la idea de un Dios con la rectitud de nuestros actos. Debiera bastarnos la simple idea del respeto a los demás.