VIERNES 19 DE DICIEMBRE DEL 2008.

LOS REYES MAGOS

Hace muchos años, como mi amiga Leyre del Val (por entonces una niña, hoy apenas una jovencita) decidió comprar regalos de Navidad (pese a su llamémosla,  poca predisposición al despilfarro), en agradecimiento le escribí una carta, la misma que hoy reproduzco para ver si esos miserables tacaños que tengo por sobrinos algún día se deciden a ofrecer algo a sus tíos, además el procedimiento es muy cómodo, porque tengo pocas ganas de escribir. Ahí va la carta que dedique a Leyre;

 

         Aquel año, como todos los años desde que el hombre era hombre, sus Majestades se aprestaron, al llegar la Natividad del Humanísimo, a repartir sus dones.

      A sus Majestades nunca les falto animosidad para emprender su viaje, ni siquiera necesitaban en él la ayuda de comitiva alguna pues era su apéo mucho más parco (si bien más valioso) de lo que comúnmente pensamos. En realidad también aquí yerra la Sagrada Escritura al hablarnos de oro, incienso y mirra, pues aquello con lo que año tras año llenan sus alforjas no son sino incorporales, etéreas, vagas sustancias, destinadas a invadir el corazón humano.

     Portaba Melchor el denominado Don de la bondad, el más abundante, el más frecuentemente regalado.....  el que por más voluble, más pronto escapaba de su cofre .... aunque también de los corazones donde acudía a albergarse.

          Raro era, que llegando al dormitorio de un recién nacido, nuestro buen rey no abriera presto su incensario y su preciada merced, expandiéndose por todas las habitaciones, colmase el corazón de los pequeñuelos.

     Baltasar resultaba más parco a la hora de entregar sus gracias. Era el depositario del Don de la inteligencia, Don, por más denso, de más difícil acceso al interior no solo de los corazones, sino de las mentes.

         Por si ello fuera poco,  Baltasar procuraba administrarlo con exquisita precaución. Sabia su Majestad que ciencia sin conciencia es la ruina del alma y que; "... como la mala voluntad con buen entendimiento hace Demonios; un mediano entendimiento con buena voluntad, eleva al Hombre a fer Bienaventurado.... y quien fe contenta folo con faver y non trata de amar, ignorante fe queda para fiempre."; este era el motivo que le empujaba a entreabrir su cofre solo tras cerciorarse de que Melchor había previamente destapado el suyo.

         Aun así y todo, como quiera que, conforme a lo dicho, el Don de la inteligencia es menos voluble que el de la bondad, su portador siempre teme que los pequeños pierdan aquel y conserven este, por lo que, al saber de las calamidades que ello puede provocar, no ya en su agraciado sino en quienes le rodean, cuida de dosificarlo. Baltasar teme a las cabezas que carentes de bondad fácilmente se convierten en lo que él, bondadosamente denomina inteligencias demoniacas.

         A mayor abundamiento, su envenenado regalo acostumbra a sumir el alma de quienes lo reciben en atormentado campo de batalla donde la simiente de la duda crece más rápida que la espiga del fruto, y pierdan o no el Don de la bondad, los corazones en los que Baltasar ha depositado su regalo vense siempre acechados por la desesperanza, pues si bien la capacidad intelectual se mide por la dosis de escepticismo que cabe en nuestras cabezas, este escepticismo, mal digerido, nos convierte en neurasténicos.

         Su Majestad aun recuerda horrorizado aquella noche en que, tropezando con el zócalo de una ventana, cayo al suelo, desparramándose por la cámara de aquel niño judío todo el contenido de su incensario. Y por más que rápidamente abrieronse las puertas, por más que tanto Melchor como Gaspar esparcieron generosamente sus regalos, cuando 60 años después, al ver concretados sus estudios sobre el átomo en la fabricación de la bomba de neutrones, aquel, ya por entonces  anciano, que seguía siendo niño,  declaró que habría preferido haberse hecho chatarrero antes que físico, infundió en el monarca el temor a su propio Don hasta el punto de que aun hoy tan solo entreabre la tapa de su incensario; y bien claro lo tiene dicho a sus dos compañeros: "No volveré a levantarla del todo hasta tanto no se haya comprendido por entero la relación entre el espacio y el tiempo", desarrollando la tesis, aun incomprendida, que aquel niño enuncio.

     Desde entonces, pese a que Melchor le reprocha su tacañería, Baltasar viene apoyándose en Gaspar quien nada puede echarle en cara, pues es el caso que Gaspar lleva en sus alforjas el más preciado regalo que distribuyen sus Majestades.

         Y aunque Melchor nos hace a todos un poco bondadosos, y aunque Baltasar hace a unos poco un poco inteligentes, Gaspar solo entrega a los más privilegiados entre los privilegiados el Don de la Ilusión. El divino Don que permite la subsistencia y el desarrollo de los dos anteriores, el divino Don que mantiene altos el corazón y el cerebro, el divino Don que llevó a San Agustín a escribir aquello de "Si dices basta estas muerto", el que poseen quienes en lugar de pensar que más vale pájaro en mano que ciento volando, creen que más vale un solo pájaro volando al que perseguir que cien pájaros ya poseídos en la mano.

     Aquel año, como todos los años, decíamos, sus Majestades se aprestaban el 1 de Enero a visitar miles y miles de casas para abrir en ellas alguna o algunas de las espitas que liberan sus preciosos gases. Y no te sorprendas al leer la fecha; digo bien: El 1 de Enero, y no el 6. Esta última datación no es sino una más de las muchas incorrecciones que rodean la iconografía de nuestros Magos. Para empezar la traducción correcta del hebreo no es la de reyes magos, sino la de "sabios". Sus Majestades (pues Majestades si lo son), ni son Reyes, ni son Magos, ni muchos menos son reyes de la magia. Sus majestades son simplemente "sabios", palabra que por aquel entonces, cuando se escribió el relato bíblico, significaba en lengua persa "escribano" (el que escribe) y en caldeo "pensador" (el que sabe pensar). Falso es también que sus Majestades vinieran de Oriente pues en realidad sus majestades recorrían el mundo ya por aquel entonces desde tiempo inmemorial, y falso que pertenecieran a distintas razas; sus Majestades nunca tuvieron raza. En su iconografía, hasta 1300, se les representa como tres ancianos. Solo a  partir del renacimiento se empieza a ver en Baltasar un miembro de la raza negra y a la Gaspar como integrante de la oriental. Cuando el hombre descubre la diversidad de colores en el planeta, solo entonces, tiene la pretensión de que todos ellos hubieran venido a adorar al hijo de Dios.

     Y hasta esto último es también incorrecto; sus Majestades no ofrendaron directamente a Dios sino tan solo  el año de su nacimiento. La regla general, tanto antes como después, ha sido siempre que nos ofrendaran a nosotros, los hombres, para que seamos nosotros quienes le ofrendemos a Él el fruto de sus dádivas; los frutos de nuestra bondad, nuestra inteligencia o nuestra ilusión. Y por eso decía antes que sus Majestades empiezan a trabajar con el nuevo año; porque sus majestades reparten sus regalos entre quienes los merecen, del 1 al 5, para que a su vez, los agraciados con ellos, puedan ofrendarnos a todos con sus materiales regalos el día 6. Porque si los Reyes Magos nos obsequian este día, no lo hacen por si mismos (es obvio que tres ancianos no podrían realizar tan ingente tarea) sino a través de su reales pajes, y estos reales pajes no son sino todos aquellos que en los días anteriores han recibido su visita, aquellos a quienes les han entregado un poco de bondad, de inteligencia o de ilusión, y que el día de la Epifanía la ejercitan en mayor o menor medida en sus semejantes. En realidad (y los niños siempre lo sospechan), no son los reyes quienes viene el día 6 sino alguno de sus pajes, que actuando en sus representación ofrendan al Altísimo.

      Reciba pues Vd. mi enhorabuena al haber actuado como paje de sus Majestades pues ello significa no solo que ha recibido su visita y sus dones (por cuya conservación a solo Vd. toca velar) sino que al aceptarlos y ponerlos en práctica va Vd. poco a poco llenando su curriculum con méritos suficientes para entrar algún día en el escalafón superior al de los pajes de sus Majestades; a saber el de pajes o Ángeles de la guarda, pero esta es otra historia.